La prosperidad que Dios da a los cristianos tiene como
fin el que se ponga en circulación en la obra de Dios a favor de los demás
hermanos que tienen necesidades. Nunca ha tenido como objetivo el enriquecer
personas específicas, la ostentación de templos lujosos, la ostentación de
casas gigantes, la ostentación de ropa espléndida, ni mucho menos alardear de
autos de último modelo. Dice:
"Ni plata ni oro ni vestido de nadie he
codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a
los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que,
trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del
Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir." (Hechos
20:33-35)
La riqueza que
da Dios tiene como objetivo el que se muestre compasión y misericordia al
prójimo, no el andar en una malsana competencia con el mundo tratando de
demostrar que se tiene dinero o que se poseen cosas mejores que la de los demás.
Dice la Palabra que al que mucho se la ha dado, mucho más se le demandará.
'Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.' (Hechos 2:44-47)