Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos? Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros? Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. (Santiago 2:1-9)
Abominación son a Jehová las pesas falsas, y la balanza falsa no es buena. (Proverbios 20:23)
El dilema de los jueces injustos es que ellos crean su propio reino (no el reino de Dios) sino un reino dentro de sus mentes donde creen poder admitir o rechazar a quien no cumple sus intereses, beneficios o ideas personales a menudo contaminadas. En vez de puerta, se convierten en muro, en vez de bendición, se convierten en maldición y de obstáculo aun dentro de las iglesias (Marcos 9:42). A menudo, los jueces injustos opacan el sano juicio por medio de la imposición de sus propios intereses y metas por encima de los de Dios. Notemos que el apóstol le habla a la iglesia y no a cualquier asamblea. No sea que creyendo agradar a Dios vengamos a ser reprobados por hacer diferencia entre una persona y otra para sacar provecho.
El apóstol usa el ejemplo de la acepción de personas entre ricos y pobres, entre aquel que tiene dinero y el que no tiene e identifica que juzgar a las personas por sus riquezas es ser juez injusto. La misma verdad se aplica a cualquier otro factor que cree un ambiente de favoritismo sea cual sea la razón.