(Representación del bautismo de Jesús
durante el ministerio de Juan)
Una de las cosas que más admiro de Juan el Bautista, además de su mensaje contundente, su humildad, su carácter y consagración, es su soledad. Esa soledad que lo llevaba lejos por el desierto. La que lo mantenía alejado de la gente pero unido a Dios. Andaba diferente, vestía diferente y anunciaba el evangelio de manera diferente. (Mateo 3:1; Mateo 3:4; Mateo 11:8; Mateo 14:4)
Hoy existe mucha socialización, muchas tiradas de toallas unos con otros. Mucho egocentrismo. Hoy, mientras más se socializa de aquí para allá se va añadiendo mucha levadura y cosas extrañas que siguen surgiendo.
Por tanto, he aquí que yo estoy contra los profetas, dice Jehová, que hurtan mis palabras cada uno de su más cercano. (Jeremías 23:30)
En vez de hacer lo que le agrada a Dios, estamos haciendo una gran masa de levadura desagradable.
Juan no era de estos. Juan buscaba hacer la voluntad de Dios aunque el resultado de su fidelidad a Dios le costara su propia vida.
¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están. (Mateo 11;8)
Juan no era de esos que hoy predican vestiduras delicadas ni riquezas terrenales como un pretexto de “hijos de Dios”. Andaba por el desierto, vestía y comía raro. Pero lo que hacía, lo hacía para agradar a Dios.