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viernes, 16 de abril de 2010

Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros…

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“Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió. Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos. Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”. (Mate 9:9-13)


El ejemplo anterior nos muestra como el amor de Dios se manifiesta hacia los pecadores. Fijémonos que el llamado de Dios va dirigido a aquellos que andan en el pecado. Es un llamado a salir del pecado y tornarse a Dios. ¿Cuándo Dios nos amó? Él nos amó cuando andábamos muertos en delitos y pecados.


Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia… (Efesios 2:1-2)


¿Hacia quien se ha manifestado el amor de Dios?


El amor de Dios es para todos los necesitados de vida. Para ellos es el ofrecimiento de este perfecto amor. Dice:


“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Romanos 5:8)


Una oferta de amor y de vida eterna


El mundo moribundo y ausente de amor tiene delante de si el camino, la puerta, la verdad y la vida que puede transformar su muerte. Dice en Juan 3:16


“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.


Fijémonos que el amor de Dios es hacia el mundo, el cual está compuesto por pecadores. Pero ese amor de Dios sólo podría ser recíproco si el hombre recibe al Salvador. De lo contrario, el hombre es hijo de ira y de perdición aunque Dios desde un principio le amó y deseó el mejor fin para todos.



Es similar a la historia del hijo pródigo. En la casa del Padre hay amor y abundancia. Sin embargo, si el hijo decide irse de esa casa, todavía tiene un padre que lo ama, pero el hijo a causa de la distancia y de las malas decisiones prefiere ir en pos de la miseria y la muerte. Solo en la casa del padre y obedeciendo como hijo puede disfrutar del amor, pero lejos de él y haciendo lo contrario, recibe el fruto de sus obras.



Dios sigue amando, pero el final de cada hombre se encuentra en la decisión que tomen respecto a su relación con Dios.


Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. (Santiago 4:8)


4 leyes espirituales (En castellano)



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