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No, no se trata de los conceptos e ideas que puedas tener sobre ti mismo. De cuan bueno te consideras ante tu propia opinión ni mucho menos de las ideas que otros puedan pensar que eres o dejas de ser. No se trata de a cuantos hemos convencido de que somos gente de bien, cumpliendo dogmas, ritos o deberes de toda una vida religiosa. No se trata tampoco de cuanto agrado sintieron la gente que te rodeaban de aquello que consideraban debía ser una persona buena, al fin y al cabo sólo podían mirar tu exterior. La hora de la medianoche viene a decidir el destino final, viene a anunciar la verdad. La hora de la medianoche viene a hacer una separación de aquello que realmente es, versus aquello que simplemente parecía ser. La hora de la medianoche es la hora de la mirada de Dios que todo lo escudriña. No es la hora de buscar hacer nada ni de presentar argumentos ni excusas ni pretextos. Es la hora de la verdad. El reloj sigue caminando a paso agitado mientras la hora de la medianoche se va cada vez acercando. Erguíos pues la hora de la medianoche casi está llegando.
Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: !!Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: !!Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir. (Mateo 25:1-13)
He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza. (Apoc. 16:15)
“Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas de inefable y deliciosa compañía”. -John Fitzgerald Kennedy.
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jueves, 19 de agosto de 2010
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