En I Samuel 16 Dios envía a Samuel hacia los hijos de Isaí con el propósito de ungir un nuevo rey que habría de sustituir a Saúl. Sucedió que Samuel hizo como Dios le ordenó, se santificó, y santificó a Isaí y a sus hijos. Un nuevo rey sería elegido, por lo que aquella visita era histórica. Este fue el escenario cuando Samuel comienza a ver a los hijos de Isaí:
Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido. Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. Entonces llamó Isaí a Abinadab, y lo hizo pasar delante de Samuel, el cual dijo: Tampoco a éste ha escogido Jehová. Hizo luego pasar Isaí a Sama. Y él dijo: Tampoco a éste ha elegido Jehová. E hizo pasar Isaí siete hijos suyos delante de Samuel; pero Samuel dijo a Isaí: Jehová no ha elegido a éstos. Entonces dijo Samuel a Isaí: ¿Son éstos todos tus hijos? Y él respondió: Queda aún el menor, que apacienta las ovejas. Y dijo Samuel a Isaí: Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí. Envió, pues, por él, y le hizo entrar; y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer. Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque éste es. Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David. Se levantó luego Samuel, y se volvió a Ramá. (I Samuel 16:1-13)
En los versos anteriores vemos que el profeta juzga de una manera pero Jehová juzga de otra. Dice: “porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.”
A veces veo gente cometiendo el mismo error, pretendiendo etiquetar a la gente por lo que piensan en sus mentes. Comentan, juzgan, critican, incluso piensan que están en lugar de Dios para pretender determinar el destino del prójimo. Gracias a Dios que Dios no está secuestrado por ningún hombre, porque lo que quiere hace y no hay quien le diga ¿qué haces? Job dijo:
He aquí que él pasará delante de mí, y yo no lo veré; pasará, y no lo entenderé. He aquí, arrebatará; ¿quién le hará restituir? ¿Quién le dirá: ¿Qué haces? (Job 9:11-12)
He visto ejemplos graciosos y a la vez lamentables de cómo a veces el hombre tiende a jugar a creerse Dios o a tratar de usurpar su lugar. Tienden a mirar al prójimo por encima de sus hombros. Piensan que Dios los ha puesto para juzgar a la gente y determinar quien se salva y quien no. El juicio pertenece a Dios, es Dios quien conoce lo profundo del hombre, es su Espíritu quien todo lo escudriña (I Corintios 2:10). Dentro de la congregación de Dios hay gente que dan diversos frutos, unos dan 30, otros 60, y otros al ciento por uno.
Y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno. (Marcos 4:20)
En TODOS estos casos, es Dios y no el hombre quien conoce la totalidad de la vida de cada uno de nosotros. Es Dios y no el hombre quien sabe realmente si damos el 30, el 60 y el 100. Incluso, a menudo, el hombre tiende a evaluarse a si mismo como uno perfecto siendo en realidad uno imperfecto, desventurado y lamentable (Apocalipsis 3:17).
Por lo general el hombre tiende a cometer la osadía de querer usurpar el lugar de Dios. El hombre piensa que tiene la capacidad para escudriñar la mente y el corazón de su prójimo por el simple hecho de las apariencias de otras personas.
En el caso anterior vimos como Samuel identificaba a quien el creía debía ser el nuevo rey de Israel y vimos como según su juicio falló una y otra vez. Escenas similares suceden cuando el hombre pretende juzgar al prójimo con una mente carnal. El hombre tiende a querer elegir en lugar de Dios, a menudo con un juicio contaminado. Veamos este otro ejemplo:
Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía. (Lucas 21:1-4)
A menudo, la gente alrededor tiende a juzgar según lo que ve o le parece, pero sólo Jesucristo conoce las verdaderas razones. Los jueces tienden a decir, “aquel creo que da 30, este 60, y aquel 100”. Un juicio que le corresponde a Dios y no al hombre.
¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme. (Romanos 14:4)
Tengamos cuidado y en nuestros falsos u erróneos juicios sobre las personas no vengamos a ser reprobados por usurpar el lugar que sólo le corresponde al Juez de toda la tierra.
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