La parábola del hombre rico y Lázaro parece indicar que una ves el espíritu del hombre se separa del cuerpo, entonces Dios dispone de llevarlo al lugar que le corresponde a cada hombre.
Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.-Lucas 16:19-31
Vea un estudio sobre la muerte en:
http://www.elcristianismoprimitivo.com/doct10and11.htm
La muerte
“Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27).“Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15.54–55).
Hemos decidido dejar para el final este tema en el estudio del hombre mortal, ya que la muerte es la puerta entre el tiempo y la eternidad.
¿Qué es la muerte?
1. La muerte es una separación
La muerte física o natural es una separación del alma y del cuerpo. (Lea Génesis 25.8; Eclesiastés 12.7.) La muerte espiritual es cuando el alma se aparta de Dios en esta vida (Efesios 2.1, 12; 1 Timoteo 5.6). La muerte segunda es la separación eterna del alma de su Dios. El alma condenada estará en el lago de fuego con el diablo y sus ángeles (Apocalipsis 2.11; 21.8).
2. La muerte es la paga del pecado
Dios plantó el árbol de la ciencia del bien y del mal en medio del Huerto de Edén y amonestó a Adán, diciendo: “el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2.17). Después que Adán hubo pecado entonces oyó esta sentencia: “Polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3.19). Dios ha establecido que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18.4). Pablo destacó este hecho cuando dijo: “La muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12). El pecado separa al hombre de Dios y produce la muerte.
3. La muerte es un enemigo la cual, por la resurrección de Jesús, se ha convertido en una bendición
Aquí hablamos únicamente de la muerte física. Fue un acto misericordioso de Dios sacar al hombre del Huerto de Edén para que no comiera del árbol de la vida y así vivir para siempre en su estado pecaminoso. Aunque la muerte es “el postrer enemigo que será destruido” (1 Corintios 15.26), por la muerte y la resurrección de Cristo sentimos que el aguijón ha sido quitado de nosotros. Por medio de él la muerte es la puerta por la cual pasamos de este mundo pecaminoso a la vida gloriosa del mundo venidero. Al ver la muerte por todos lados recordamos siempre la debilidad del hombre y la importancia de estar listos para este llamado de Dios.
4. La muerte no es el fin de la vida
Después que la hija de Jairo había muerto, Cristo dijo: “No está muerta, sino que duerme” (Lucas 8.52). ¡Sí, ella estaba muerta! Sin embargo, fue sólo un sueño. En este caso, ella durmió sólo hasta que el Señor la tocó. Pero si a ella se le hubiera permitido dormir hasta la resurrección entonces el sueño no hubiera sido diferente de lo que fue en aquel momento. Después de que se le informó a Cristo que debía ir donde estaba Lázaro, él le dijo a los discípulos: “Nuestro amigo Lázaro duerme” (Juan 11.11). Pero luego lo explicó, diciendo: “Lázaro ha muerto”. Cuando la muerte toca al cuerpo, éste duerme hasta el tiempo de la resurrección. Entonces se levantará al llamado del Señor. El hecho de que la muerte es un dormir temporal se ve claramente en el mensaje de Pablo a los tesalonicenses. (Lea 1 Tesalonicenses 4.13–15.)
Lo que la muerte no es
1. No es “el dormir del alma”
La idea de que el alma y el cuerpo van al sepulcro juntos no encuentra su apoyo en las escrituras. Dios dice que en la muerte “el polvo [vuelve] a la tierra, como era, y el espíritu [vuelve] a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12.7). Cuando el mendigo Lázaro murió “fue llevado por los ángeles al seno de Abraham” (Lucas 16.22). El hombre rico, aunque fue enterrado, abrió sus ojos, “estando en tormentos”. Pablo consoló a los tesalonicenses, diciendo: “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tesalonicenses 4.14). ¿Cómo podría él traer consigo las almas de los muertos si no estuvieran con él?
2. No es la destrucción completa del alma
La teoría de la destrucción del alma tiene su base en la creencia que el alma no puede existir separada del cuerpo. Algunos dicen: “La muerte significa muerte y nada más”. Por una parte tienen razón, pero cuando plantean que hay únicamente una sola clase de muerte van en contra de las escrituras. “Polvo eres, y al polvo volverás” no se dijo del alma. ¿Qué quería decir Pablo cuando escribió a los efesios: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos” (Efesios 2.1) o cuando escribió a Timoteo: “Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1 Timoteo 5.6)? ¿Por qué le habría dicho Cristo al malhechor en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, si no hubiera una vida más allá del sepulcro? No, la muerte no es la destrucción del alma. Al hecho de dejar de vivir naturalmente lo llamamos muerte física. En cambio, cuando dejamos de vivir espiritualmente esto es lo que conocemos como la muerte espiritual. Los justos así como también los impíos existirán eternamente después de la muerte física (Mateo 25.46).
El aguijón de la muerte
El justo no teme al aguijón de la muerte porque sabe que sus pecados son perdonados. La muerte física del justo liberta al espíritu para que vuelva a Dios. El cuerpo vuelve al polvo para esperar el llamado de Dios en el día de la resurrección.
Hay que recordar que la muerte física traerá libertad gloriosa únicamente a los salvos en Cristo. A los injustos les espera el castigo eterno, mas los justos se consuelan con la promesa de la vida eterna.
El hijo de Dios, mirando más allá del río de la muerte, se consuela con este pensamiento: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5.l). Para el hijo de Dios la muerte significa la libertad del alma. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (...) Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15.55–57). Cuando nuestros amados que mueren en el Señor son puestos en el sepulcro, nuestros tristes corazones se consuelan con la esperanza de que nos encontraremos nuevamente en el hogar celestial donde la muerte no entrará jamás.
Sobre el tema del cielo, podemos ver un estudio en la página:
http://www.elcristianismoprimitivo.com/doct60.htm, el tema dice:
El cielo
“Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mateo 5.12).
Dios nos bendice aquí en la tierra con muchos favores que en realidad no merecemos. Pero por más agradable que sea nuestra vida, siempre enfrentamos muchas frustraciones y tristezas que a veces no entendemos. No obstante, hay un lugar preparado para el cristiano donde no hay pecado ni tristeza. En aquel lugar abunda la bienaventuranza y la gloria. Ese lugar se llama el cielo.
Cómo Dios describe al cielo
1. Es un “lugar” (Juan 14.1–3)
Cristo consoló a sus discípulos al decirles: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo.” De este pasaje bíblico y de otros más nosotros entendemos que el cielo no es una condición, sino un lugar. Es la morada eterna de Dios. Allí vive Dios, nuestro Salvador, y los santos junto a los ángeles estarán eternamente con él.
2. Es un lugar de “altura y (...) santidad” (Isaías 57.15)
Esto nos enseña que de todos los lugares el cielo es el más alto y el más santo. Es alto porque está encima de todo; es santo porque sólo los que son santos habitan allí. El serafín clamó: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6.3).
Si queremos entrar al cielo tenemos que hacer caso al mandamiento de Dios: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1.16). Ningún pecador entrará allá porque la Biblia dice que “no entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21.27). Sin la paz y la santidad “nadie verá al Señor” (Hebreos 12.14). El cielo es santo. La morada de Dios es eternamente santa.
3. Es una patria mejor (Hebreos 11.14–16)
Para mucha gente este mundo es la mejor patria. Esto lo sabemos por la importancia que ellos les dan a las cosas del mundo y el amor que le tienen. Pero los que por fe han visto el cielo saben que el mismo es la mejor patria que hay porque:
· “Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida”, pasará; pero las cosas del cielo durarán eternamente (1 Juan 2.15–17).
· Aquí los tesoros están expuestos al peligro de la polilla, la oxidación y los ladrones. Allá en el cielo están seguros. Los mismos durarán y serán preservados eternamente (Mateo 6.19–20).
· Aquí toda carne, como la hierba, se seca; allá viviremos para siempre (1 Pedro 1.24; 1 Corintios 15.54; Apocalipsis 21.4).
· Aquí tenemos enfermedades, tristezas, dolores, frustraciones y muerte. En el cielo no habrá enfermedad ni dolor ni muerte, y toda lágrima será enjugada eternamente (Apocalipsis 21.4).
· Aquí los pobres son oprimidos. Por todos lados hay asesinato, guerras, disolución, orgullo y corrupción; allá tales cosas no se conocen (Apocalipsis 7.16–17; 21; 22).
4. Es un lugar de “muchas moradas” (Juan 14.2)
De la manera que Dios provee para el bienestar de su pueblo aquí, así también lo hará en el mundo venidero. La pregunta no es, ¿ha preparado Dios una morada allá? La pregunta debe ser: ¿Acaso estamos nosotros preparados para vivir allá?
5. Es un “granero” (Mateo 3.12)
Dios “recogerá su trigo en el granero”. Esto quiere decir que Dios enviará a sus segadores (Mateo 13.39) a traer las gavillas. Él echará la cizaña al fuego, pero recogerá su trigo en el granero. Todas estas palabras son simbólicas, pero no son difíciles de entender.
6. Es un lugar donde hay placeres eternos
Los mundanos se entregan a la locura de los placeres. Sin embargo, los placeres mundanos sólo duran poco tiempo y terminan en miseria y desilusión. Y los que se entregan a ellos serán condenados al infierno. Mas los cristianos estarán en la presencia del Rey en la gloria y participarán de placeres eternos. “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mateo 5.12).
7. Es un lugar de verdadera pureza y lleno de gloria
El pecado no será admitido en el cielo. La Biblia dice que “los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira” (Apocalipsis 22.15). “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre” (Apocalipsis 21.8). ¿Quién puede comprender la profundidad de la santidad y la pureza del cielo? Allí los hijos redimidos de Dios estarán libres de la presencia de todo pecado, tentación y corrupción. La gloria que experimentaremos allá es más de lo que la lengua humana puede describir. Hace más de dos mil años apareció una multitud de las huestes celestiales proclamando la gloria de Dios, diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2.14). Los santos y los ángeles de Dios todavía proclaman esta gloria. En nuestros días miramos más allá de este mundo de lágrimas, y con el ojo de la fe vemos al Rey en su trono rodeado por una multitud innumerable de santos y ángeles. Allí esperamos ver la gloria que envuelve el trono de Dios. Anhelamos contemplar la majestad, el poder, la bondad, la pureza, la sabiduría y el dominio del omnipotente Rey de reyes y Señor de señores. Uniremos nuestras voces a las de los santos de Dios y a los innumerables ángeles, adorando y glorificando el santo y altísimo nombre de Dios. Cantaremos el himno de la redención eterna. Disfrutaremos el espacio sin límite, la hermosura inexplicable, la pureza incomparable y la felicidad perfecta del cielo. Nos regocijaremos en la luz celestial que brilla más que el sol del mediodía, la luz que viene por medio del Cordero (Apocalipsis 21.23).
Cómo llegar al cielo
Sólo los que hacen lo que Dios manda pueden llegar al cielo. Los que toman su propio camino nunca llegarán allá. Entramos al reino celestial por medio de:
1. La inocencia
Jesús dijo que los niños son aptos para entrar en el reino de los cielos (Mateo 18.1–3, 10; 19.14). Los niños son inocentes. Los “niños” de Dios son también todas aquellas personas que han sido lavadas por medio de la sangre de Jesús; ellos son inocentes. Por eso pueden entrar al reino celestial.
2. El nuevo nacimiento
“El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3.3). Nadie puede entrar al cielo sin ser un hijo de Dios. Es necesario nacer de nuevo. “En Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación” (Gálatas 6.15).
3. El camino, Cristo
Cualquiera que se arrepiente de todos sus pecados y los abandona puede entrar al cielo por medio del Señor Jesucristo, quien sufrió en la cruz. Él es “la puerta” (Juan 10.7) por la cual entramos (Hechos 4.12). Cuando Tomás preguntó: “¿Cómo, pues, podemos saber el camino?” Jesús le respondió: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14.5–6). Cristo Jesús “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Corintios 1.30).
4. La “puerta estrecha” (Mateo 7.13–14)
Cristo nos amonesta de la siguiente manera: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7.13–14). Lucas 13.24 dice: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán”. Cristo les advirtió a sus discípulos acerca de las enseñanzas de los falsos profetas. Ellos engañan a muchos de modo que viajan por el camino espacioso donde pueden llevar consigo su orgullo, lujuria, codicia, diversiones, falsedad, egoísmo y cosas semejantes. El camino angosto es demasiado angosto para admitir cualquiera de estos pecados. Sin embargo, es suficientemente ancho para todo ser humano que quiere seguir a Dios. El camino al cielo es tan ancho como la verdad; ni más ancho, ni más angosto. ¡Cuánto debemos procurar saber la verdad y obedecerla por completo!
5. La santidad
“Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él” (Isaías 35.8). Si no estamos en el Camino de Santidad cuando la muerte nos alcance, en la eternidad estaremos fuera del cielo. Sólo la gente santa puede caminar en el camino santo. “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7). Los que andan por este camino verán al Señor (Hebreos 12.14).
Los habitantes del cielo
1. Dios
Dios está en el cielo; él estará allí eternamente con poder y gloria (Salmo 11.4; 1 Reyes 8.27, 30; Mateo 11.25). El cielo es el trono de Dios Padre, y él llena el cielo y la tierra (Jeremías 23.24). Cristo entró en el cielo (Hechos 3.20–21) donde él es Todopoderoso (Mateo 28.18). La presencia y el poder de Dios en su totalidad es lo que hace que el cielo sea un lugar de gloria y felicidad infinita.
2. Los ángeles
Los ángeles están en el cielo (Mateo 18.10; 24.36). Cuando los santos lleguemos al cielo, allí conoceremos a aquellos que en esta vida nos fueron “espíritus ministradores” (Hebreos 1.14).
3. Los santos
Los santos también estarán allá. Esto incluye a todos los niños inocentes. También comprende a los cristianos que por la fe en nuestro Señor Jesucristo experimentaron el nuevo nacimiento y fueron hechos “herederos de la salvación” (Hebreos 1.14). Los espíritus de los santos que ya murieron en el Señor están ahora en la presencia de Dios. Cristo traerá consigo a éstos cuando venga por su esposa, la iglesia. Ellos y todos los justos que aún vivan serán vestidos con cuerpos glorificados. Juntos recibirán al Señor en el aire (1 Tesalonicenses 4.14–18) y estarán siempre con él. “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento (...) como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12.3). Esto debe animar a todos los santos en la tierra a ganar otras almas para Dios.
Conclusión
1. Sólo tenemos un conocimiento limitado del cielo
“Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Corintios 13.12). La Biblia describe cómo serán algunas cosas en el cielo. Pero hay muchas cosas de las que no sabemos nada, pues a Dios no le ha agradado revelárnoslas ahora. Eso no debe ser motivo de desánimo. Más bien debe animarnos a estudiar la Biblia más para conocer a fondo las cosas que Dios nos revela en ella. También debe servirnos de ánimo saber que Dios nos tiene preparado algo mucho más bello de lo que nosotros podemos comprender. Hay personas que les encanta hacer preguntas acerca de cosas que no se pueden contestar con la Biblia. Tales preguntas son de muy poca importancia. Pero sí hay algunas preguntas que son importantísimas, como por ejemplo: “Si Cristo viniera ahora, ¿estaría listo para irme con él?”
2. Anhelamos la eternidad en el cielo
Nosotros, quienes por experiencia personal sabemos lo que significa ser salvos del pecado y ser adoptados en la familia de Dios, nos conmovemos al pensar en la eternidad en el cielo. Quedamos maravillados ante la gracia de Dios que nos hace herederos de la gloria. Esperamos con anhelo pasar las edades sin fin en la presencia de Dios en comunión con los santos y los ángeles. Allí experimentaremos la plenitud de felicidad y gloria. No habrá lágrimas ni tristezas. Al meditar sobre estas cosas oramos a Dios que nos dé oportunidad de enseñarles a muchos el camino al cielo. Anhelamos la hora en que podamos ir al cielo, pero mientras tanto queremos hacer todo lo posible para que otros lleguen allí también.
¡Eternidad, eternidad, eternidad! La hora indica que debemos prepararnos para estar en el reino bendito donde “los impíos dejan de perturbar, y allí descansan los de agotadas fuerzas” (Job 3.17).
Ya que la eternidad es tan gloriosa para los hijos de Dios podemos entender por qué los patriarcas se enfocaron en el cielo y buscaron “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios (...) confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11.10, 13). También entendemos por qué los apóstoles glorificaron a Dios con tanto gozo y fervor. Y, además, por qué exhortaron a otros a estar firmes y fieles en el camino de Dios. Ellos hicieron todo esto porque por fe veían las cosas maravillosas que Dios ha preparado para los que lo aman. Nosotros también esperamos la “manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2.13), quien vendrá para llevarse a los suyos para estar con él eternamente.
Ya casi a punto de culminar con el último capítulo de este libro nuestra sincera oración es que la esperanza del cielo nos impulse a llevar el evangelio de la salvación eterna a todos los confines de la tierra. Entonces, teniendo el cielo como nuestra meta, cantemos todos juntos:
Leemos de un sitio en el cielo
Do el alma limpiada estará.
Nos dice el Señor en la Biblia:
¡Qué bella la gloria será!
No habrá el dolor ni tristeza,
Mas gozo perfecto habrá.
La luz del Señor siempre brilla:
¡Qué bella la gloria será!
Las aguas de vida allá fluyen,
Librando al que tomará.
Las joyas cuán resplandecientes:
¡Qué bella la gloria será!
Se oyen angélicos cantos
Al lado del mar de cristal.
Resuenan los ecos hermosos:
¡Qué bella la gloria será!
¡Qué bella la gloria será!
Hogar de los salvos allá.
Cuán dulce descanso del alma:
¡Qué bella la gloria será!
_______________________
Sobre el tema del infierno, podemos ver un estudio en la página:
http://www.elcristianismoprimitivo.com/doct59.htmEl infierno
“Los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21.8).
La Biblia enseña que hay un lugar de castigo eterno. Ese lugar fue preparado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25.41). Sin embargo, los impíos también serán enviados a ese lugar porque escogieron seguir al diablo y a sus ángeles. Este lugar de castigo y tormento es el infierno.
Cómo es el infierno
Las siguientes frases de la palabra de Dios describen el infierno:
· “Confusión perpetua” (Daniel 12.2)
· “Fuego que nunca se apagará” (Mateo 3.12)
· “Infierno de fuego” (Mateo 5.22)
· “Horno de fuego” (Mateo 13.50)
· “Condenación del infierno” (Mateo 23.33)
· “Tinieblas de afuera” (Mateo 25.30)
· “Fuego eterno” (Mateo 25.41)
· “Castigo eterno” (Mateo 25.46)
· “Donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9.44)
· “El castigo del fuego eterno” (Judas 7)
· “El humo de su tormento sube por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 14.11)
· “Lago de fuego que arde con azufre” (Apocalipsis 19.20)
Para que entienda estas descripciones más a fondo usted debe estudiarlas en sus contextos. Temblamos al pensar en lo horrible que será el infierno y nos quedamos atónitos al saber que hay personas que pretenden creer en la Biblia, pero piensan que no exista tal lugar.
El infierno es un lugar
Una de las cosas importantes que debemos recordar es que el infierno es un lugar (Lucas 16.28) y no una condición. Algunos nos dicen que “hacemos nuestro propio infierno”, refiriéndose a las condiciones deprimentes que creamos a veces para nuestra propia desgracia. Pero la Biblia enseña que el infierno es un lugar y no una condición. Este hecho es tan claro que ningún creyente verdadero lo duda. El infierno es un lugar tanto como lo es este mundo en que vivimos.
Quién irá allá
1. El diablo y sus ángeles
Cristo dijo específicamente que el infierno fue “preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25.41). Los demonios saben para donde van. Cuando Cristo se encontró con algunos de ellos, éstos clamaron: “¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mateo 8.29). Aunque ellos “creen, y tiemblan” (Santiago 2.19), también conocen su propia sentencia y temen el lugar a donde serán mandados. (Lea también Judas 6; Apocalipsis 20.10.)
2. Los pecadores que rehúsan arrepentirse
Cristo prepara un lugar diferente para nosotros los humanos: el cielo. Sin embargo, si rehusamos arrepentirnos, Dios nos mandará al lugar preparado para el diablo y sus ángeles en la eternidad (Mateo 25.41). “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13.3). La entrada a los cielos es posible sólo por medio del arrepentimiento (Lucas 24.47). Cuando los pecadores mueren sin haberse arrepentido de sus pecados, la sentencia divina se aplica a ellos: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18.4).
3. Los que se creen buenos, pero no obedecen a Dios
No es necesario que uno sea culpable de homicidio, de robo, de fornicación o de borrachera para que sea condenado al infierno. El mero hecho de desobedecer a Dios en algo sencillo condena a la persona, así como la condena el más vil pecado.
Segunda de Tesalonicenses 1.7–9 habla de la venganza con que se castigará a los que no están en el redil de Cristo. Aquí no se dice que estas personas fueron muy viles y groseras. Sólo se dice que “no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”. A tales personas se les dice que “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”.
Algunos tropiezan en este punto. Ellos dicen que Dios nunca enviaría al infierno al hombre que es honrado en su negocio, que provee bien para su familia y que vive una vida más pura que mucha gente en las iglesias, pero rehúsa someterse a Dios en una cosita. Los que defienden a tal hombre están confiando más en las buenas obras que en la verdad de la palabra de Dios. Cristo dijo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Sodoma y Gomorra que para los religiosos que habían conocido la palabra de Dios, pero no la obedecieron (Mateo 11.20–24). No es que los de Sodoma fueron mejores que los religiosos, sino que éstos sabían más de la voluntad de Dios y aún no la obedecieron. Ante Dios resulta grave el hecho de conocer su voluntad y no obedecerla (Lucas 12.47–48). No debemos presentar excusas por el hombre “bueno” que sabe la verdad, pero la rechaza. Más bien debemos advertirle que si no se arrepiente perecerá como todos los demás pecadores (Lucas 13.2–5).
4. Los hipócritas
Cualquier persona que finge que la razón por la que no está en la iglesia es porque allí hay hipócritas es también un hipócrita porque tan pronto se le quita esta excusa pone otra para no convertirse en un cristiano. Los hipócritas, estén dentro o fuera de la iglesia, estarán todos juntos en la eternidad en el lago de fuego. Cristo habla acerca del hombre que ha sido negligente en prepararse para la venida del Señor, diciendo que Dios “pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 24.51).
La violencia y la delincuencia que vemos en el mundo actual se deben a que los hombres se han hecho sordos al mensaje de Dios y han escogido el pecado y la iniquidad. El fin del pecado es la muerte; no hay otro fin que sea justo. Cuando los hombres voluntariamente rechazan a Dios, él les está dando lo que merecen al enviarles para el infierno. En muchos tribunales actuales se cometen errores judiciales en donde los culpables salen sin recibir su merecido castigo, mientras que los inocentes sufren injustamente por cosas que no hicieron. Pero en el tribunal de Cristo habrá justicia perfecta; ningún justo será echado al lago de fuego y ningún malvado evitará su merecido.
Algunas ideas erróneas
A los hombres desobedientes les es natural tratar de huir de las verdades que son desagradables. Ellos se han gastado fortunas enteras tratando de encontrar alguna sustancia capaz de prolongar la vida. Muchos han tratado de escapar de la terrible realidad del infierno utilizando la filosofía humana en lugar de aceptar la salvación que Dios les ofrece. Queremos notar algunos errores con respecto al infierno con los cuales se engañan muchas personas:
Error: No hay infierno
Verdad: Muchos creen en esta mentira. Aun entre los que dicen que creen en la Biblia hay algunos que dicen que el infierno se refiere nada más a la sepultura. Si es así, tenemos que revisar toda la Biblia para acomodarla a este punto de vista. ¿Por qué afirma la Biblia que los malos serán echados al infierno si es cierto que todos los demás irán allá también? ¿Por qué dijo el rico: “estoy atormentado en esta llama”, cuando todos sabemos que un muerto no puede sufrir tormento, aunque hubiera llamas en su sepultura? ¿Por qué dice la Biblia que “el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos”? Para que alguien crea que no hay un lugar de tormento eterno para los impíos, tendría que rechazar todo el contenido de la Biblia.
Error: Los impíos tendrán una segunda oportunidad después de la muerte
Verdad: No hay nada en la Biblia que enseñe esto. Cuando el rico rogó que Lázaro fuese enviado con agua, Abraham le informó que había entre ellos una gran sima que ningún hombre podía cruzar. La muerte no pone fin a nuestra existencia, pero sí elimina nuestra oportunidad de reconciliarnos con Dios. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27).
Error: Los malos no sufrirán tormentos para siempre
Verdad: La Biblia enseña que el castigo de los malos en el infierno es eterno. Los sacerdotes católicos dicen que hay un “purgatorio” donde los sufrimientos purgan el alma hasta que pueda entrar al cielo. Este engaño ofrece una esperanza falsa a los malos y les anima a arriesgarse a seguir en su pecado. Ellos piensan que podrán purificarse en el purgatorio, y por esto no consideran bien que tienen que arrepentirse de sus pecados ahora mientras tengan la oportunidad.
Error: Los malos serán consumidos al ser echados en el lago de fuego
Verdad: La teoría de que los malos serán consumidos por completo y que dejarán de existir no armoniza con las frases bíblicas como “fuego que nunca se apagará” y “el gusano de ellos no muere”. La Biblia dice que los malvados “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1.9), y que quedarán por la eternidad en el lago de fuego.
Lo más triste de todas estas ideas erróneas es que ofrecen una esperanza falsa a las personas que viven en pecado. Las mismas les dan a los malvados la esperanza de que habrá una manera de escapar al castigo horrible que la Biblia enseña que les espera a menos que se arrepientan. Amados amigos cristianos, seamos diligentes en advertir a la gente acerca del infierno.
Lo que los malos experimentarán en el infierno
Si el mundo creyera lo que significará sufrir en el infierno por la eternidad, millones de personas buscarían el perdón de Dios mientras hay oportunidad. ¿Cuáles son las cosas que están por sucederles a los impíos?
1. “El gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9.44)
Así será el castigo sin fin. Mientras estamos aquí en la tierra sufrimos, mas siempre esperamos alivio. Allá el sufrimiento continuará para siempre, sin esperanza de salir. Aunque usted sufriera alguna enfermedad terrible todos los días de su vida, ¡eso no sería nada al compararse con lo que está reservado para las almas condenadas al infierno!
El fuego del infierno traerá un dolor agudo y eterno a los condenados. Nuestra alma tiene una existencia eterna y nunca puede ser aniquilada aunque sufra para siempre en el castigo del fuego eterno.
2. “Allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 13.42)
Note las palabras lloro y crujir. Los condenados al infierno llorarán y maldecirán, se lamentarán y se desesperarán... Esta terrible escena no puede describirse con palabras. Sólo aquellos condenados conocerán la profundidad de la agonía de ese sufrimiento. ¡Lástima que no lo reconocen ahora para poder arrepentirse!
3. No tendrán “reposo de día ni de noche” (Apocalipsis 14.11)
Los que aquí sufren, por lo general hallan algún alivio cuando por fin se cansan hasta dormirse. Pero no habrá tal alivio para los condenados en el infierno.
4. Estarán en “las tinieblas de afuera” (Mateo 22.13)
La luz trae felicidad al hombre. La verdad, la justicia, la santidad y un conocimiento de Dios traen luz y gozo al alma. Pero el pecador en el infierno estará sin esta luz para siempre. Estará afuera; sin Dios, sin la verdad, sin la santidad, sin la gloria. Estará eternamente fuera de la presencia del Señor en las tinieblas de pecado y de angustia. Allí él tendrá que pasar la eternidad sufriendo “pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1.9).
Se puede evitar la condenación en el infierno
1. Dios quiere que todos escapen
No es la voluntad de Dios “que ninguno perezca” (2 Pedro 3.9). “No nos ha puesto Dios para ira” (1 Tesalonicenses 5.9). Más bien, él hizo el sacrificio más grande que jamás se ha hecho (Juan 3.16–17; Romanos 5.8) para que los hombres sean salvos. A pesar del hecho de que los hombres se han rebelado contra Dios y le acusan de crueldad e injusticia, su proceder con el hombre siempre ha sido de amor, sacrificio y benevolencia.
2. Debemos proclamar que hay una salida
Gracias a Dios hay una salida, una manera de escapar el castigo eterno. Sepa todo el mundo que por medio de la gracia de Dios hay una oportunidad para “el arrepentimiento y el perdón de pecados” (Lucas 24.47). Pues “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7). “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55.7).
Cierto incrédulo, al tratar de convencer a una gran multitud de que no existe tal cosa como “la eternidad”, dijo esto: “Suponga usted que un ave viniese a la tierra al fin de cada mil años y se llevase de aquí un granito de arena. Aunque el ave se demorara millones de siglos, finalmente el mundo sería trasladado a otra parte. Pero si existiera tal cosa como ‘la eternidad’, quedaría aún una eternidad de sufrimiento y dolor para las almas condenadas en el infierno.” Un joven pensativo, al escuchar estas palabras, fue conmovido por ellas en una manera muy diferente de la que quiso el incrédulo. Si esta es la verdad, dijo para sí mismo, pasaré toda mi vida avisándoles a los pecadores a huir de la ira venidera. Y nosotros, ¿por qué no tomamos tal decisión? Digamos la verdad al mundo. El diablo ha arrullado y ha dormido al mundo tanto que los pecadores sienten una gran seguridad falsa. Esforcémonos por despertar a los millones que duermen para que reconozcan el peligro de su condición.
___________________
Solo hay una manera de escapar del infierno y es ser redimido por la sangre del Cordero de Dios.
El hombre redimido
“Cristo nos redimió de la maldición de la ley” (Gálatas 3.13).
El estudio del hombre incluye tres puntos: (1) el estado del hombre cuando Dios lo creó; (2) el estado del hombre en pecado y (3) el estado del hombre redimido. Ya hemos estudiado los dos primeros, ahora vamos a estudiar brevemente el tercero.
Cuando Dios le mostró a Adán los resultados del pecado también le prometió el Redentor. (Lea Génesis 3.15.) En este capítulo sólo le echaremos un vistazo al hombre en su estado redimido. El tema de la redención se considerará más a fondo en el capítulo 25.
El hombre redimido, igual que el hombre en su estado original, goza de comunión con Dios. Pero hay una diferencia entre el hombre redimido y Adán antes de la caída: El hombre redimido se enfrenta con las debilidades de la carne que Adán no tuvo antes de su caída. Él seguirá con debilidades hasta que muera, hasta que Dios llame a sí mismo su alma redimida.
Al comparar al hombre redimido con el incrédulo nos damos cuenta que ambos tienen algo en común: Ambos tienen debilidades humanas y tienen una naturaleza pecaminosa. La carne domina al hombre natural, mientras que el hombre redimido domina a la carne. Aquél anda “conforme a la carne”; éste “conforme al Espíritu” (Romanos 8.1). Aquél está muerto espiritualmente; éste vive espiritualmente. Aquél es vencido por el mal; éste vence el mal con el bien (Romanos 12.21). Aquél está en el camino ancho de la perdición; éste en el camino angosto de la vida eterna.
El hombre redimido como Dios lo rehace:
1. Es un hijo de Dios
En su estado caído, el hombre era “hijo del diablo” (Hechos 13.10; Juan 8.44). Sin embargo, habiendo resucitado de la muerte a la vida y habiendo salido de las tinieblas a la luz, el hombre redimido ha renacido y pertenece a la familia de Dios.
2. Tiene que luchar contra el pecado, la enfermedad, el dolor y la muerte
Los resultados del pecado todavía se manifiestan por las debilidades de la carne, aunque el alma sea salva. Por tanto, hay una lucha en nuestro cuerpo. “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne” (Gálatas 5.17). Además, debemos luchar constantemente. Pablo dice: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9.27). Este cuerpo vil, cuando no está sujeto a la voluntad de Dios, es lo que ha corrompido al mundo. Aun cuando está sujeto a Dios, el hombre redimido tiene que pagar en parte la paga del pecado, sufriendo dolores y finalmente la muerte. El cuerpo es nuestra herencia de Adán y el hombre no se puede librar de él hasta que vuelva al polvo (Romanos 8.1–14; Eclesiastés 12.1–7).
3. Tiene entrada al Padre
Esta entrada no la tiene el pecador. Verdaderamente existe una invitación llena de misericordia: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra” (Isaías 45.22). Pero “el que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable” (Proverbios 28.9). La condición es: “Oíd, y vivirá vuestra alma” (Isaías 55.3). A cualquier hora del día los hijos de Dios tienen entrada al Padre, quien con tierna misericordia y bondad oye sus oraciones y las contesta conforme a su sabiduría infalible. Ciertamente el hijo de Dios puede decir: “Y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1.3).
4. Tiene un abogado celestial
“Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2.1). Él conoce nuestra debilidad e intercede por nosotros al Padre cuando somos tentados (Hebreos 4.15–16). Cuando tenemos a Cristo como nuestro Abogado, no hay nada que temer.
5. Es templo del Espíritu Santo
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros” (1 Corintios 6.19). La Biblia se refiere varias veces a los hijos de Dios, ya sea de manera individual o colectiva, como “el templo de Dios”. Ser la morada del Dios Altísimo es el deseo más sublime del cristiano mientras esté aquí en la tierra. Nuestro deber es mantener nuestro corazón en una condición recta para tener la presencia permanente de este huésped celestial.
6. Es coheredero con Cristo
La Biblia dice que los hijos de Dios son “herederos de Dios” (Romanos 8.17); “herederos de la salvación” (Hebreos 1.14); “herederos de la promesa” (Hebreos 6.17); “heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11.7) y “herederos del reino” (Santiago 2.5). Pablo lo resume todo cuando dice que los hijos de Dios son “coherederos con Cristo” (Romanos 8.17).
7. Tiene esperanza para el futuro
Luego que los dos varones con vestiduras blancas dijeron que Jesús vendría otra vez (Hechos 1.11), los discípulos recordaron que su Señor les había dicho que esperaran en Jerusalén hasta recibir poder. Entonces volvieron a esa ciudad y perseveraron constantemente en oración y adoración hasta que vino el Espíritu Santo. Su fe y su esperanza fueron recompensadas. Asimismo será recompensado cada uno que, velando constantemente y sirviendo fielmente al Señor, espera la promesa de la segunda venida del Señor en su gloria. De manera que esperemos su venida, cuando el anhelo ardiente de la creación será cumplido. “Sin esperanza y sin Dios en el mundo” no se escribió acerca de los hijos de Dios. ¡Todo lo contrario! La esperanza de la venida del Señor y de la gloria y el gozo sin fin debe conmover el alma del creyente. Él tiene gozo en su corazón porque sabe que esta promesa es verdadera: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”.
8. Recibirá su redención eterna y completa
El hijo de Dios espera gozosamente su redención eterna. Pero las debilidades de la carne le recuerdan siempre que mientras esté aquí en la tierra no solamente es heredero de la gloria, sino que también es hijo de tristeza. Pablo expresó el sentimiento de muchos soldados de Cristo cuando dijo: “Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida” (2 Corintios 5.4). No se trata de que no estemos satisfechos o que no queramos permanecer en este cuerpo hasta que nuestra misión sea cumplida, sino que la esperanza de una gloria más completa y rica, donde no se conocen debilidades humanas, lágrimas y dolores nos impulsa a exclamar como lo hizo Juan: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”. Otra vez Pablo expresa nuestros sentimientos: “También nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8.23). Esta redención se perfeccionará en la resurrección cuando Cristo vuelva por los suyos y cuando, con cuerpos glorificados, nos encontraremos con él en el aire (1 Tesalonicenses 4.16–18).
http://www.elcristianismoprimitivo.com/doct10and11.htm