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En el libro de Éxodo se describe en el capítulo 28 sobre las claras directrices dadas por Dios en torno a las vestiduras de los sacerdotes. Los sacerdotes tenían que ministrar a favor del pueblo pero no podían hacerlo sin pudor, respeto ni siguiendo sus propios designios. Dios les dio instrucciones precisas y hasta los detalles de sus vestimentas. Entre esos detalles dados por Dios se incluían unas campanillas de oro en sus mantos. El propósito esas campanillas era que al sonar cuando los sacerdotes entraran en el santuario, la presencia de Dios los reconocieran y no los matara (Éxodo 28;34-35). Es decir, siendo que Dios es santo, no cualquiera podría entrar en aquel lugar sino los que seguían las directrices. Esto es un ejemplo como en el pasado la santidad de Dios era conocida. Hoy, Dios también tiene sus exigencias. Para poder entrar en la presencia de Dios tenemos que moldearnos a su palabra. Tenemos que quitar de nosotros todo aquello que él dice que hay que quitar, pues de lo contrario nos ocurrirá lo mismo que aquellos sacerdotes que no llevaban campanas. No llevar campanas es similar a no guardar la Palabra. Éxodo 28 es un ejemplo de cómo Dios toma en cuenta cada detalle. Si Dios ya ha identificado todo aquello que hay que tener para entrar en su presencia y si Dios también ha identificado todo aquello de lo que hay que desprenderse para entrar en su presencia, entonces ¿por qué pretender entrar al cielo con estilos de vida torcidos o llamar a lo malo bueno y lo bueno malo? Ya tenemos la luz de la Palabra que alumbra el camino, para que al final no nos llevemos una sorpresa.