A Dios no le impresionan las grandes asambleas, los títulos, las apariencias, las vestimentas delicadas ni los bienes y posesiones de los reyes. No le llama la atención los espectáculos de emocionalismo ni de religiosidad. No lo hace mover ni siquiera los ayunos sin propósito genuino. Ni siquiera los grandes números de gente que se consideran a si mismos solemnes o célebres. Dios mira desde los cielos y se inclina cuando ve sinceridad, humillación y un corazón lleno de misericordia. (Salmo 40:1, Amós 5:21, Lucas 7:25, Mateo 25:31-46, Isaías 66:2, Pr. 3:7, Isaías 58:4)
Traían a él los niños para que los tocase; lo cual viendo los discípulos, les reprendieron. Mas Jesús, llamándolos, dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él. (Lucas 18:15-17)