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miércoles, 28 de enero de 2009

Lo bueno y lo malo no es relativo

Por Jack Fleming

Rm.12: 9 “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno”.

Comienza el versículo haciendo referencia al amor, y que éste sea sin fingimiento, porque hoy con el ecumenismo que ha desarrollado Roma, parece haberse olvidado el verdadero valor y sentido del amor, y este tema recobra más fuerza que nunca.

En nuestros días, que se ha trastocado el auténtico y real significado del amor, es indispensable recordar y volver al exacto y legítimo concepto de lo que Dios define por amor, porque Dios ES amor. Él es la esencia y origen de esa fuerza divina que embellece Su creación.

El amor divino al que hace alusión la Biblia discrepa profundamente con lo que el mundo define por amor, el cual muchas veces está vinculado con la carnalidad, sensualidad, el egoísmo y no busca el bien de la persona amada, sino que demanda únicamente la complacencia personal.

Dios dice en Su Palabra que el amor es: (1Co 13:4-6) “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad”.

“Se goza de la verdad”. Sin embargo aquellos que se han construido su propia verdad, se irritan fácilmente cuando se los expone ante la luz radiante de la verdad de la Palabra de Dios.

Por lo tanto es indispensable, para que nuestro hablar sea conforme a Su Palabra, que antes de pronunciar livianamente que amamos a alguien, debamos repasar si nuestro concepto de amor se ajusta a lo que Dios define como amor.

Todos los atributos divinos están impregnados de esa fragancia celestial que es el amor, el cual descansa sobre Su Justicia perfecta y brilla con inusitado esplendor ante Su radiante Santidad, y se apoya sobre la verdad indestructible de Su Omnisciencia, porque (Heb 4:13) “no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”.

El amor para que sea verdadero y de origen divino necesariamente debe tener como base inamovible la justicia, la santidad y la verdad. Por este motivo comienza la exhortación a que nuestro amor sea sin fingimiento, para que no sea empañado con la hipocresía, el egoísmo de motivaciones proselitistas y mezquinas, y sobretodo que se apoye siempre en la verdad, Su Palabra es verdad.

Curiosamente el mundo se ha creado un concepto absolutamente diferente a esta definición que Dios nos entrega en Su Palabra. Para la gran mayoría amar significa: tolerancia, complicidad, sumisión y mansedumbre incondicional; sacrificar la verdad para mantener la “unidad”, no decir nada que pueda herir la sensibilidad, y si es necesario decir una mentira “blanca”, siempre consideran que será mejor hacerlo, aunque ello signifique que la otra persona continúe en el camino del error que lleva al despeñadero.

Dios ha registrado en las Sagradas Escrituras mensajes pronunciados por el Señor Jesucristo y sus apóstoles, también para que sirvan de modelo a aquellos que predicamos Su Palabra. Pero hoy, que solamente se busca agradar a las multitudes para captar el mayor número de ofrendadores y diezmadores, resultaría tremendamente repudiado el que repitiera esos mensajes, especialmente aquellos que fueron dirigidos contra los líderes religiosos, porque estos poseen una sensibilidad muy particular para sentirse aludidos en forma personal, motivos tendrán para ello.

Abundan los que califican de falta de amor a los que siguen el ejemplo del Señor, y horrorizados en su propia ignorancia exclaman: “¿Cómo puede predicar así? Este predicador no tiene amor, el Señor no predicaba así, Él solamente hablaba del amor y lo hacía siempre con mucha dulzura”.

El Señor Jesucristo en dos ocasiones, una al inicio de su ministerio y otra al finalizar, reprendió duramente a los mercaderes que estaban en el templo: (Mt 21:13) “volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.

Mt 23:13 “Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando”.

Mt 23:27 y 33 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?”.

Juan el Bautista también se refirió en los mismo términos: Mt 3:7 “Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?”.

Esto es lo que provoca en el corazón del verdadero hijo de Dios, al ver lo que están haciendo en nuestros días en lo que supuestamente debería ser la casa de Dios, exacerba una santa indignación.

El hombre más manso de la tierra (Moisés) reaccionó furiosamente cuando vio la corrupción en que había caído el pueblo. Ex. 32: 19 “ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte”.

El sentimiento carnal que el hombre se ha formado de acuerdo a su propio corazón y que llaman “amor”, difiere profundamente del amor del cual nos habla Dios. Porque se considera radicalmente opuesta al amor la posibilidad de aborrecer, sin embargo el Dios de amor nos ordena “aborreced lo malo”.

Los que toleran y permiten que el actual sistema corrupto continúe en las iglesias de hoy, son encubridores. Incluso la ley de los hombres condena casi al mismo nivel al que comete el delito, con el que encubre y no lo denuncia a las autoridades.

Aquellos que permanecen en esos lugares donde reconocen que existen situaciones y prácticas reñidas con las enseñanzas de la Palabra de Dios, incluso continúan aportando con sus ofrendas y diezmos para mantener ese sistema, sin lugar a dudas que son encubridores y financiadores de la actual apostasía. Ellos obviamente no aborrecen lo malo, porque de lo contrario no permanecerían allí. Si sabemos que la ley de los hombres condena a los encubridores, ¿por qué piensan que la Justicia de Dios habría de ser más tolerante?

Esta actitud de complicidad y tolerancia es abiertamente contraria al mandamiento divino: “aborreced lo malo”. Incluso Dios que es amor, también aborrece. Sl 45:6 “Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y aborrecido la maldad”. Porque no se puede amar lo bueno, sin aborrecer lo malo. El verdadero amor del que nos habla la Biblia, el amor santo, no puede existir si no aborrece lo malo.

El Señor manda también a los suyos aborrecer lo malo: Sl 97:10 “Los que amáis a Jehová, aborreced el mal”. Y es el sentimiento que inunda el corazón del verdadero hijo de Dios ante el pecado: Sl 101:3 “No pondré delante de mis ojos cosa injusta. Aborrezco la obra de los que se desvían; ninguno de ellos se acercará a mí”.

Por esta razón el Santo nos manda: (Jud 1:3, 11-13) “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.
¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam. Nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas”.

El Señor no quiere que seamos llevados por cualquier viento de doctrina, sino que tengamos raíces profundas cimentadas en la verdad revelada en Su Palabra, que crezcamos como un roble y nos elevemos a las alturas para disfrutar de su dulce comunión. (Is 57:15) “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad”.

Pero bien sabemos que esto implica un costo, porque gustar de la paz con Dios y de Su presencia, conlleva la oposición violenta de aquellos que no se someten a la voluntad divina expresada en Su Palabra.

Con toda razón el Señor dijo: (Mt 10:34-36) “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa”.

Pero juntamente con el precio que deberemos pagar, nos revela el galardón que recibiremos: (Lc.6:22-26) “Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre.
Gozaos en aquel día, y alegraos, porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos; porque así hacían sus padres con los profetas.
¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis.
¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas”.

La ordenanza divina es: Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Ya hemos visto que es imposible seguir lo bueno, sin aborrecer lo malo, pero ¿qué significa seguir lo bueno? Por cierto que no es seguir las corrientes religiosas que han impuesto los líderes de las organizaciones de hombres, sino que exclusivamente la voluntad de Dios expresada en Su Santa Palabra.

Solamente Su Palabra es verdad, ella es la única que nos puede guiar a puerto seguro, como un faro en medio de un mar embravecido (Ap. 17:15 “Me dijo también: Las aguas que has visto donde la ramera se sienta, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas”).

Son muchos los que han naufragado por no seguir esa luz radiante e inmarcesible que Dios nos ha puesto para guiar nuestro camino, y se han distraído con diferentes luces que el enemigo de las almas ha encendido en este mundo para desviarlos de la única ruta correcta.

Dios es muy categórico para definir esta verdad en las Sagradas Escrituras:

Jer. 17:5 -7 “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada. Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová”.

Pr. 14:12 “Hay camino que al hombre le parece derecho; Pero su fin es camino de muerte”.

Mt 15:14 “son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo”.

¿Quiere Ud. seguir lo bueno, sin voces que lo distraigan y lo puedan desviar de la verdad? Escuche solamente la voz del Señor expresada en forma clara y segura en las Sagradas Escrituras.

Seguir lo bueno es beber de esas aguas cristalinas no contaminadas que fluyen como un torrente de aguas vivas, directamente de la fuente divina de toda verdad, la Biblia.

Jn. 7:38 “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”.

Stgo.1: 22 “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”.

Notemos que nuestro pasaje no dice: Aborreced lo malo, amad lo bueno, sino que: “Aborreced lo malo, seguid lo bueno”. Porque el amor no es pasivo, es dinámico, es una fuerza que no nos dejará indiferentes e inactivos ante lo malo, pero también nos hará “seguir” lo bueno. A esto se refiere Santiago cuando dice que no seamos solamente oidores, engañándonos a nosotros mismos, sino que hemos de ser hacedores de la palabra, seguir lo bueno. Que así sea, Amén.

Original de:

http://www.estudiosmaranatha.com/mensajes/mensaje63.html


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